miércoles, 14 de octubre de 2009

El viaje inolvidable

Ellos eran dos seres extraños del mismo mundo, lugar y localidad. Eran dos personas muy ditintas, totalmente opuestas. Nada durante los años anteriormente vividos los había juntado ni hecho estar juntos. Ella era una chica común y de barrio. Era una de esas mujeres codiciadas, que todos deseaban tener. Su encanto era irresistible y su temperamento, humor y carácter, eran de lo más temible que podía haber. Sus caprichos, eran cumplidos; sus deseos, otorgados; sus fantasías, hechas realidad. Chica mal acotumbrada y demasiado extrovertida.
Pero un día como cualquier otro, mientras ella se encaminaba a su único primer viaje en grupo de vacaciones, lo conoció a él, tipo carismático, buena onda y tranquilo. Quizás fueron pocos instantes, una fugaz y única mirada de complicidad, pero ambos quedaron estupefactos frente al otro, sin siquiera poder decirse un "Hola, ¿como estas?" El destino, la casualidad, el deseo, quizás también la tentación, habían cumplido y unido a ellos en un camino que pronto encontraría el retorno, basado en discusiones, malos tratos y demasiadas diferencias y gustos insostenibles.

Durante el viaje, ellos se conocieron. Hablaron largo rato. Para ambos, cada uno de ellos, el otro era una persona perfecta. No hacía falta nada más que una simple mirada desde lejos para darse cuenta de lo que a ambos le pasaba.

Él, chico introvertido, sociable, estudioso, educado y soñador, ansiaba simplemente darle un beso. Las noches eran interminables y los pensamientos no dejaban descansar. Pero le faltaba coraje y voluntad propia para hacercarse un poco más.

Los días pasaron. El viaje tuvo su fin. Él, arrepentido consigo mismo, y ella, un poco, tal vez mucho, desilucionada, volvieron cada uno a su vida particular, llena de aburridas rutinas y desolaciones particulares, pero no sin antes pasarse aunque sea un simple número de teléfono.

Para ella, él no era nadie especial depués del viaje. O eso creía. Pensaba que era sólo uno más del montón, pero uno al cual no había podido besar pese a haber utilizado sus mejores técnicas de seducción y entregarse sin miedo alguno hacia el nuevo extraño. En definitiva, ella estaba acostumbrada.
Pero para él, ella había representado un nuevo amor. Una nueva mujer que reemplazaba a sus tan temibles pensamientos sobre su mujer anterior que hacía años había desaparecido. Las secuelas de tanto dolor y sufrimiento no tardarían en llegar, frente a la indesición y falta de concretación de ella.

Los días pasaron. Ellos seguían sin verse a diario, sin besarse, y ella seguía sin reconocer eso que llevaba muy adentro. Los llamados ya se tornaban frecuentes y los deseos aumentaban en cada oportunidad. Pero nada era claro para él que no la entendía frente a tantos cambios bipolares y ese carácter incomprensible que lo hacían confundir. La relación llegó a su fin luego de un nuevo "no se" de ella frente a una reiterada declaración de amor por parte de él.



El tiempo pasó. Durante el lapso de separación, ellos habían tenido otros amores, pero ninguno como el que sentían muy adentro en su interior. Él, desepcionado, se había propuesto olvidarla. Para un chico que vivía poniéndose metas, no debería ser difícil. Pero se topó con la realidad. El corazón no le obedecía. Ella, en cambio, decía que había vuelto a enamorarse de otro chico, que era feliz. Pero no tardó en volver a comunicarse con él, luego de sentirse sóla por haber sido abandonada y olvidada.

Ahora todo era como que quería recomenzar. Incluso un llamado, había producido un cambio en él, que con tan sólo ese simple acto, y al escuchar su voz depués de mucho tiempo, nuevamente estaba dispuesto a jugarse por ella. Aunque era conciente que no se lo merecía, a su corazón era a quien obedecía. No tenía opción alguna, si no que era sufrir o sufrir. No era su culpa que todo se diera así. Aunque lejos de determinar y saber qué era lo que ella exactamente buscaba, no le importaba en absoluto.



Será cuestión de tiempo, de esperar y estar al tanto de qué es lo que a estas dos personas le sucede. El reencuentro, el sí, el no. De maduro caía que él, con o sin ella, estaba destinado a sufrir. Era un santo en comparación a ella, y su amor era puro y verdadero. Por algo siempre había tenido malas experiencias y era tratado como un estúpido.
Aunque ya nada valía la pena, él decidió esperar, pese a que no era lo que le convenía ni le hacía bien en ese entonces.

martes, 6 de octubre de 2009

Lo Prometido llego!

Bueno, acabo depublicar, justo debajo de esta entrada, el cuento que había prometido que publicaría. Como les adelanté, es largo, pero recién me lo he vuelto a leer, y la verdad quehasta yo quedo fascinado.
Espero que les guste mucho y que logren conectarse y sentir el cuanto tal cual cuando yo lo escribi.
Sin más que decir, me despido.
Muchas gracias :)
Martín

El Único Sueño

Todos pasamos alguna vez por las mismas cosas. De una u otra manera amamos, sufrimos, vivimos, existimos y morimos. El ciclo es inevitable y todos quedamos atrapados en él durante poco o mucho tiempo; eso no importa.



“Los sueños son algo maravilloso”, solía decir mi madre. “Son únicos, placenteros o terroríficos, largos o cortos, imaginables o no. Pero ellos son nosotros mismos. No existe nadie que no sueñe. Pocos tienen el privilegio de acordárselos, dichosos sean ellos, y pobres los que no lo logran.” En fin, era lo único que siempre me había atemorizado de mi madre. Ella siempre me fantaseaba con lo mismo, me obligaba día a día a contarle mis pesadillas de las noches y me hacía a un lado cuando tristemente le contestaba que no podía recordarlos. Nunca fui bueno para eso, y siempre me sentí mal.
Sin embargo, ella me explicaría al finalizar, lo que yo en mi vida soñada llena de otros sueños inventados, no había podido explicarme a mi mismo. En ellos se había despertado mi temor a que ni ella pudiera responderme mis propios enigmas. Pero siempre confié en que fuera mi madre, la única que tuviera las respuestas a todas mis preguntas; y así fue.
Ahora que ya estoy viejo, me veo reflejado en muchos lugares y sitios que nunca recorrí y me sorprendo; los admiro, y admiro notablemente a mi mente, y a mi madre, la cual me enseñó la verdad de aquel primer y único sueño.


Mis años de infancia no fueron para nada agradables. Con un padre que me dejó cuando yo cumplía recién mis 12 años y una madre medio enloquecida, cada vez que pisaba mi casa, sufría. No podía juzgarla a ella; tampoco a él. Cada uno hacía lo que podía en esos tiempos donde todo andaba mal y se intentaba sobrevivir de cualquier manera. Pero lo cierto es que durante mi adolescencia me sentí siempre vacío. Lleno de secretos ocultos, de sentimientos desencontrados y rotos, de amores no correspondidos y de amigos invisibles. Mi mal humor en todos lados, mis pocas ganas de vivir, mi manera de sacar hacia fuera todo lo que sentía; era algo que me hacía verme como un pesimista frente a toda persona que interactuaba conmigo.
Imaginaba cosas, acontecimientos y lugares. Recuerdo bien un día, más precisamente una noche. Me encontraba en un camino al cual no le veía un fin, todo estaba oscuro y la noche llena de neblina me envolvía con su manto invisible. No había nada que podía hacer. Durante un tiempo finito, había caminado sin rumbo alguno, por ese camino que no entendía a dónde me conducía. Había superado pequeños, tal vez también grandes obstáculos, pero aún no lograba entender el significado. Estaba solo, nadie se encontraba a mi lado, nadie respondía frente a mis gritos. Pensaba en algo que no recuerdo y recuerdo haberme sentido agotado. Sentí, en ese entonces, que debía descansar un rato. Tal vez eso me iba a ayudar a esclarecer un poco todo. Pero, ni bien había logrado cerrar los ojos, recuerdo que fue ahí cuando había despertado.
Pese a todo, ir al colegio me encantaba. Siempre fui un amante de la lectura, pasaba horas y horas frente a esos increíbles escritos de los más grandes escritores que me llevaban a un lugar donde, con la realidad que yo tenía, no podía acceder. A diario interactuaba durante los recreos con mis profesores acerca de temas para los cuales yo era chico para hablar, de temas que encontraba en esos hermosos libros que no entendía. Algunos de mis educadores me animaban, pero otros, sentía que siempre se alejaban de mí. Pero poco a poco, sólo uno de ellos, tal vez el que más recuerdos me dejó, produjo un gran cambio en mí cuando me desafió a escribir. Recuerdo sus palabras como si fuera algo que yo nunca quise olvidar: “Tú tienes mucho potencial. Anímate a escribir; verás como las puertas se te abren hacia un mundo aún más grandioso que el que ya conoces. Te ayudará.” Mitad había entendido, mitad no había logrado saber de qué me hablaba. Pero me había convencido, quizás por el simple deseo, o tal vez por curiosidad; nunca lo supe.

Ahora, ya de grande, quizás entrando en la edad de anciano, recuerdo mis primeras líneas, poco gratas y nada placenteras. No tenía comparación frente a lo que leía. Pero algo me animaba a seguir. Dentro de mí se estaba produciendo un cambio. Ya podía empezar a sonreír a la gente, mis cosas y pensamientos quedaban tan sólo escritos y yo empecé a estar diferente frente al resto. No entendía si estaba bien o estaba mal, pero empecé a ser un poco más cerrado, ya no me gustaba que todo el mundo supiera de mí, sino sólo aquel que le interesaba realmente cómo estaba. Empecé a conocer con el tiempo a gente que se parecía a mí. Gente común y corriente que también escribía, que también se volcaba en esto tan impresionante, en este mundo distinto que se salía de la realidad. Era algo parecido a los sueños.
En poco tiempo había podido escribir muchos textos. Basado en mi profesor, en mis angustias, mis malas pasadas, problemas internos y en un par de escritores; las pocas personas que me leían decía que escribía bien. Yo nunca realmente lo sentí así. Es que siempre eran cosas cortas, de vez en cuando un pequeño cuento, pero nada más. Pero me animaban a continuar y soñaba yo con que ya era un escritor o tal vez que muy pronto lo sería. Escribía lo suficiente como para sentirme bien conmigo mismo, que no era poco. Eso era lo único que anhelaba en esos tiempos.

Años habían pasado ya desde mi primera publicación, que aunque no había batido récords en ventas, estaba considerablemente bien visto por la prensa. Estaba satisfecho conmigo mismo. Pude sentir mi grado de satisfacción y aún el superior de mi tan querida profesora a la cual le había brindado un pequeño homenaje. Era un libro lleno de pequeños cuentos que había podido crear con situaciones casi basadas de mi realidad; pequeños fragmentos de vida. Felicitaciones me llegaban de muchos conocidos, de esos que siempre están sólo en las buenas para ver si sacan algún provecho.
De ahí en más, mi hobbie, tal vez obligación, fue escribir. Comencé a estudiar en algunos ratos libres también para perfeccionarme. Sentía mi vida llena de esperanza, escribir era mi traspaso de la realidad a los sueños, era mi desconexión de la vida real; algo impensable que creía estar logrando transmitir a mucha gente a través de mis publicaciones.
En el medio, me casé con mi hermosa mujer. Tuve una hija, a la cual tuve oportunidad de dedicarle un cuento especial en mi última publicación. Era común en mí, para ese entonces, hacer mención de familiares, amigos y conocidos en todos mis cuentos.
A mi vida la sentía llena de alegría, de ganas de vivir. Debo confesar que ése había sido mi sueño tan único y real desde que era muy pero muy chiquito; lo estaba cumpliendo.


Me levanté de la mesa del comedor. Quería descansar un rato antes de seguir escribiendo. Junto a mi bastón caminé hacia fuera y miré hacia el cielo, impresionándome por la gran cantidad de estrellas que brillaban en la noche. La luna redonda no dejaba de brillar y sobresaltar en la larga e infinita oscuridad. Luego de quedar contemplando aquella vista inolvidable durante varios minutos que parecieron horas, fui al microondas y tomé mi taza de mate cocido infaltable en mis largos ratos de larga escritura. Luego volví a sentarme en mi sillón favorito y me vi en la obligación de continuar con mi relato, después de todo, las ideas revoloteaban en mi mente y sólo faltaba volcarlas en el papel.


Sin embargo había algo que ni pensándolo, ni escribiéndolo, había podido dejar de lado. Los años habían pasado, y no lo olvidaba. Y eso que esa noche la viví hace mucho, muchísimo tiempo. Encontrar el significado de tan tremenda cosa no pude nunca, y aún me reprocho. Sin poder ni querer pedir ayuda alguna, el no saber que hacer, el no poder descifrarlo me tuvo pensativo largos años hasta mi resignación. Después de ese gran sueño, habían llegado muchísimos más. Pero siempre fueron las primeras cosas las que marcaron mi vida, y fue ese el único sueño que me había dejado sin palabras, sin respuestas.
Sólo recuerdo, quizás algún día, en el cual yo estaba mirando el techo recostado sobre mi cama, solitario. Recuerdo que ahí, en ese momento de reflexión, había comprendido lo que mi madre siempre decía. Me había conectado conmigo mismo en ese primer gran sueño propio; pero no entendía nada más. El camino, la noche oscura y los obstáculos me daban vuelta constantemente. A mi madre ya difunta no podía preguntarle, era imposible. Pero la figura de ella sonriendo que imaginaba en mi mente al yo contarle que recordaba un sueño, mi primer sueño, ver su cara de orgullo; eso me hizo seguir adelante.
Pensaba que de ahí en más otros sueños iba a poder conciliar; pero el tiempo me había demostrado y seguía demostrándome que no.

En un día como cualquiera de todos, el cual no pensaba que iba a ser tan diferente, me encontré envuelto en un extraño sentimiento. Me vi reflejado en el espejo como un hombre sin vida; me sentí vacío. Durante ese día no hice más que mi rutina habitual, pero con mi cabeza fuera de mí. Decidido a no volver a mi casa, salido del trabajo decidí ir a tomar algo a un restaurante conocido al cual acudía siempre. Bien entrada la noche, no me quedo opción que ir a descansar, y aunque no quisiese, tuve que volver a mí único lugar, mi casa. Lo curioso tal vez fue que no pude dormir. Otra vez comenzaban a repetirse los días de insomnio, sentado en el sillón mirando las cosas olvidadas en la televisión. Y también recordando esas cosas que nunca era bueno recordar, lloraba solitario sin nadie que me consolara. Eran signos claros que extrañaba a mi difunta esposa, a mi difunta madre y que reflejaba mi triste realidad de haber quedado solo. Pero por suerte, al rato, todo lo escribía y podía pegar un ojo un par de horas, y ya para el día siguiente, todo había pasado. Eso era algo que no cambiaba en mí.


A esta, mi edad, sin nada que perder ni ganar, me la paso pensando y escribiendo, como ahora, este relato que será como uno más, tal vez el broche final para mi gran última obra a punto de ser publicada.
Me veo en la gloria. Sabía que tarde, pero seguro, me llegaría la fama que siempre quise. Sé que este libro será de los mejores de la época. Me siento confiado y seguro. Y tal vez será mi hija, la que orgullosa lo llevará a la editorial, porque a mi ya no me quedan ánimos ni fuerzas para hacerlo. Confío en su capacidad para ordenar mis ideas plasmadas aquí, completarlas y hacer de este cuento mi verdadera autobiografía.
Lentamente puedo observar, como todo se desvanece a mi alrededor. Serán mis últimas palabras, éstas que logré escribir. Mi fin llegó.


Para entonces, todo me pareció que había sucedido como una ráfaga. Y aún sin reconocer donde me encontraba, me había despertado envuelto en brazos de mi madre, quién intentaba tranquilizarme con una sonrisa. Al fin y al cabo, ella me conocía y ya había entendido que era lo que me había pasado; fue la primera vez que la notaba orgullosa.

viernes, 2 de octubre de 2009

La elección

Él estaba indeciso, pero seguro a la vez. Él quería eso que no quería aceptar que quería y estar con ella pero sin arriegarse a hablar sabiendo que un no, una confusión, y una terminación de amistad, podría llegar a concretarse. Ella, chica que desde afuera se la veía como indecisa, era romántica, inteligente, mandona y mal hablada.
Había muchas cosas que a él no le gustaban de ella, pero físicamente era hermosa. Él sentía que estaba cada día más cerca de enamorarse, que de tenerla consigo. Verla, le hacía mal. Escucharla, abrazarla y hablar con ella, le hacía aún peor.
Ellos eran dos desconocidos de la vida hacía un tiempo atrás. Un simple pensamiento y una débil atracción los había unido. Gracias a las indesiciones y a las confusiones, volvieron a verse varias veces más.
Salieron a pasear, fueron en grupo a distintos lugares, y siempre se divirtieron. Ella mostraba signos inequíbocos para varios de sus amigos de que algo le atraía, pero algunas actitudes lo hacían dudar a él, que tan sólo la quería para sí mismo con desesperación.

El tiempo pasaba. Otras chicas él seguía conociendo en muchos lugares, tenía una abanico 100% seguro de estar con alguna otra que quisiese; pero no. Su "ex" también había vuelto decidida a decirle que estaba nuevamente soltera, dispuesta a intentar otra vez, pero sin decirlo. Era una atracción a la cual se le hacía difícil poder escapar.

Los estudios lo mantenían ocupado. Sus pensamientos intentaban volverlo loco, pero él no lo permitía. Libros, amigos psicólogos, todas cosas que no lo dejaban caer. Sacarla a ella de la cabeza, ya se volvía imposible, y hasta pequeñas lágrimas no se podían ocultar. Tenía miedo, pero ya no dudas. La seguridad corría y aumentaba día tras día y no tenerla le producía un vacío considerable de temer.


Él ya estaba decidido. La semana próxima arreglaría y crearía la ocasión. No podía seguir así. Prediciendo obviamente un sí como respuesta, él estaba seguro que la semana siguiente estaría contando otra historia, esta vez feliz. Ya se lo imaginaba, y una sonrisa ya se le dibujaba en la cara.